El
valiente anciano asegura no tenerle miedo a nada ni a nadie y por esto se lo
encuentra vagando por hospitales abandonados, visitando el cementerio a media
noche y entrando a la iglesia, que según cuenta en uno de los pocos aciertos de
lucidez, fue el miedo que más trabajo le tomó dominar, porque para él el miedo
es como una enfermedad y la religión es mortal.
Aunque
el valiente anciano esté completamente loco, esto no le impide darse cuenta de
lo que sucede a su alrededor y como vive en un barrio periférico de Guayakill,
todos los días son verdaderos retos para él. Se decidió componer la realidad a
través de la locura y por eso se hace llamar Dios y manda a que le traigan a
todos esos reporteros de crónica roja.
Aparece
sobre una loma, semidesnudo; lo único que cubre sus encantos, es un par de
calzoncillos largos, además tiene un pañuelo en su cabeza que dice “Dios te
Ama” y revienta dos fundas llenas de sangre, una en cada mano, sangre robada a
un perro sarnoso que se encontró en el camino.
La
sangre fluye, cual crucificado, por sus brazos la gente hace unas cuantas
llamadas. Más rápido que la ambulancia llega aquel reportero de crónica roja,
junto a otro tipo que trae en sus manos la cámara, pero gracias a su
experiencia en este tipo de cosas se da cuenta rápidamente del truco del
anciano y el origen de la sangre, pero opta seguirle la corriente, porque ha
viso que hay mucha gente rezándole al viejo que de pronto ha sangrado, y que,
ya siendo tarde, es difícil encontrar una historia para el programa de esa
noche; como última salida sabe que si puede extender hasta tres programas la
historia antes de terminar desacreditando al viejo, tal vez haga que le suban
el sueldo; pero en verdad al camarógrafo poco le importa, al final es gente
demente que no cumple ninguna función social, al contrario de la que él cumple,
la de informar.
Al
otro lado, y sobre la montaña sagrada, el viejo ha buscado dentro de su mente
aquellos rezos de las novenas, de los rosarios, de la semana santa, de los
entierros, de la televisión, de las viejas en los buses, de la mamá mientras le
pegaba cuando él echaba espuma por la boca, aquellos que le susurran las
palomitas mientras duermen o el que los curas profesan antes y después de salir
de donde una puta… en fin, necesitaba las mejores plegarias. Su mente sin
miedos creía que siendo tan poderosa podría incidir en la realidad por medio
solo de la percepción. Pensaba que los niños sin zapatos, desnutridos y con
diarrea podrían encontrar un poco de paz si él los miraba con ojos piadosos y
se convencía a sí mismo que ellos eran los seres más felices de la tierra, de pronto alzó la vista y vio a lo lejos,
pero no tanto, lo que le permitía observar su gastada, vieja y loca visión, a
esos niños corriendo tras una pelota de trapo, y se dijo qué buen invento, y se
preguntó si había otro ser todo poderoso como el capaz de haber pensado en una
idea tan brillante… la respuesta fue no, él fue quien la creo.
Entusiasmado
cerró de nuevo los ojos y dijo que quería ver al diablo y enfrentársele, para
así arrancar los males de una vez y para siempre de este mundo, y lo vio, con
terno y hablando frente a un extraño objeto, era el reportero. Y cuando vio que
ése se le acercaba, se puso en tensión pensando que había llegado la lucha final;
le oía al reportero decir: “Anciano Valiente no le teme a nada, ni a la muerte”
y desde lo alto de su pequeña loma le dijo que no le joda, que tome sus armas y
que pelee. Ante tal discursito, al camarógrafo y al reportero le brillaron los
ojos, se dijeron mentalmente: esta tarde estamos hechos. Pero no contaban que
el viejo al verlos que se acercaban con una extraña arma negra y HD, se lanzó
al vuelo, queriendo galopar en el viento, queriendo agarrar las lianas
luminosas que parecían estar a un metro de distancia pero en realidad eran
rayos lejanos que anunciaban la muerte de Dios. Cayó de cabeza y se dobló el
cuello, murió en seguida tras tres respiros, el camarógrafo lo grabó todo y el
reportero con la gente contrariada de fondo
dijo: “esto es todo, así termina la leyenda del viejo Valiente que
sudaba sangre por las manos y que estaba completamente loco”, tras esto pensó
con resignación: uno menos, que relajo.
Leo Salas Z.