miércoles, 31 de octubre de 2012

EL ANCIANO HD-PICTURES


El valiente anciano asegura no tenerle miedo a nada ni a nadie y por esto se lo encuentra vagando por hospitales abandonados, visitando el cementerio a media noche y entrando a la iglesia, que según cuenta en uno de los pocos aciertos de lucidez, fue el miedo que más trabajo le tomó dominar, porque para él el miedo es como una enfermedad y la religión es mortal.
Aunque el valiente anciano esté completamente loco, esto no le impide darse cuenta de lo que sucede a su alrededor y como vive en un barrio periférico de Guayakill, todos los días son verdaderos retos para él. Se decidió componer la realidad a través de la locura y por eso se hace llamar Dios y manda a que le traigan a todos esos reporteros de crónica roja.
Aparece sobre una loma, semidesnudo; lo único que cubre sus encantos, es un par de calzoncillos largos, además tiene un pañuelo en su cabeza que dice “Dios te Ama” y revienta dos fundas llenas de sangre, una en cada mano, sangre robada a un perro sarnoso que se encontró en el camino.
La sangre fluye, cual crucificado, por sus brazos la gente hace unas cuantas llamadas. Más rápido que la ambulancia llega aquel reportero de crónica roja, junto a otro tipo que trae en sus manos la cámara, pero gracias a su experiencia en este tipo de cosas se da cuenta rápidamente del truco del anciano y el origen de la sangre, pero opta seguirle la corriente, porque ha viso que hay mucha gente rezándole al viejo que de pronto ha sangrado, y que, ya siendo tarde, es difícil encontrar una historia para el programa de esa noche; como última salida sabe que si puede extender hasta tres programas la historia antes de terminar desacreditando al viejo, tal vez haga que le suban el sueldo; pero en verdad al camarógrafo poco le importa, al final es gente demente que no cumple ninguna función social, al contrario de la que él cumple, la de informar.
Al otro lado, y sobre la montaña sagrada, el viejo ha buscado dentro de su mente aquellos rezos de las novenas, de los rosarios, de la semana santa, de los entierros, de la televisión, de las viejas en los buses, de la mamá mientras le pegaba cuando él echaba espuma por la boca, aquellos que le susurran las palomitas mientras duermen o el que los curas profesan antes y después de salir de donde una puta… en fin, necesitaba las mejores plegarias. Su mente sin miedos creía que siendo tan poderosa podría incidir en la realidad por medio solo de la percepción. Pensaba que los niños sin zapatos, desnutridos y con diarrea podrían encontrar un poco de paz si él los miraba con ojos piadosos y se convencía a sí mismo que ellos eran los seres más felices de la tierra,  de pronto alzó la vista y vio a lo lejos, pero no tanto, lo que le permitía observar su gastada, vieja y loca visión, a esos niños corriendo tras una pelota de trapo, y se dijo qué buen invento, y se preguntó si había otro ser todo poderoso como el capaz de haber pensado en una idea tan brillante… la respuesta fue no, él fue quien la creo.
Entusiasmado cerró de nuevo los ojos y dijo que quería ver al diablo y enfrentársele, para así arrancar los males de una vez y para siempre de este mundo, y lo vio, con terno y hablando frente a un extraño objeto, era el reportero. Y cuando vio que ése se le acercaba, se puso en tensión pensando que había llegado la lucha final; le oía al reportero decir: “Anciano Valiente no le teme a nada, ni a la muerte” y desde lo alto de su pequeña loma le dijo que no le joda, que tome sus armas y que pelee. Ante tal discursito, al camarógrafo y al reportero le brillaron los ojos, se dijeron mentalmente: esta tarde estamos hechos. Pero no contaban que el viejo al verlos que se acercaban con una extraña arma negra y HD, se lanzó al vuelo, queriendo galopar en el viento, queriendo agarrar las lianas luminosas que parecían estar a un metro de distancia pero en realidad eran rayos lejanos que anunciaban la muerte de Dios. Cayó de cabeza y se dobló el cuello, murió en seguida tras tres respiros, el camarógrafo lo grabó todo y el reportero con la gente contrariada de fondo  dijo: “esto es todo, así termina la leyenda del viejo Valiente que sudaba sangre por las manos y que estaba completamente loco”, tras esto pensó con resignación: uno menos, que relajo.

Leo Salas Z.

lunes, 22 de octubre de 2012

CRÓNICA DE LA MUERTE DEL DESPERTADOR




Dan las dos de la madrugada y el sonido del despertador le indica que debe bajar al piso de cirugía para tomar signos vitales y llenar historias clínicas. Mientras espera el ascensor, se acerca una compañera de guardia y le pide un tabaco, ella se va y el ascensor llega. Desciende un piso. Ingresa a la sala de cirugía donde mira a la mayoría de enfermeras dormidas sobre sus codos, escucha a pacientes que se quejan y percibe el olor fétido de hospital público. Camina tranquilo hacia la camilla número quince donde ve a un familiar de la paciente, despierto y llorando; lo saluda y procede a tomar signos vitales, toma el fonendoscopio y ausculta el pecho, intenta encontrar pulso pero es inútil; revisa la historia clínica “Tumor Cerebral - reincidencia”. La máquina que se encarga de controlar la presión de la paciente, poco ayuda.
Se dirige rápidamente a las habitaciones de los internos de turno, golpea la puerta y comunica lo que sucede, es grave. Los doctores bajan después de varios minutos a ver agonizar a la paciente. Él trata de controlar al padre de la paciente que mira todo sin decir nada, sin dejar de llorar. Tres y media de la madrugada los doctores le dan las gracias por haberlos hecho despertar a sabiendas de que era una muerte inminente. El padre de la paciente no quiere dejar de abrazar a su hija. Él se sienta frente a la ventana a ver como amanece, siete am. Termina su turno, recoge sus cosas y sin despedirse de nadie, sale del hospital.
Camina tres cuadras e ingresa a la estación de autobús, se embarca en él hacia su casa.
Después de una hora de viaje llega. Su madre lo recibe con el desayuno y, tras una breve conversa, ella regresa a seguir durmiendo. Él, sin pensarlo mucho, busca debajo de su cama una mochila y la llena con algunas prendas, vuelve a la cocina y toma comida de la alacena, busca a su madre entre el universo de sueños que le contó mientras desayunaba, y se despide.
Camina hacia la parada de bus y toma uno que lo lleva al terminal Quitumbe. Una vez ahí, compra un pasaje a Latacunga y espera quince minutos hasta que el bus parta, mientras tanto no hace más que mirar por la ventana.
El bus arranca y atraviesa la carretera y tras tres horas llega a Latacunga, sale del bus y se sienta en la vereda a llorar.
Doce de la mañana, se dirige hacia donde venden  boletos y pregunta por algún lugar llamado Quilotoa, paga el boleto y va en busca del bus. Éste arranca y se enrumba entre montañas y páramo hacia la laguna. Le anuncian el fin del viaje en Zumbahua donde pregunta cómo recorrer los 15 km. que le faltan. La respuesta son cinco dólares que  paga y, en una camioneta donde no va nadie más que él, se dirige por una carretera cerrada de montañas distantes, ovejas, vacas, niños, perros, etc.
En medio camino se poncha la llanta de la camioneta y mientras el conductor la cambia el abandona el trasporta y decide seguir a pie. A las tres de la tarde llega a la laguna verde. La gente amable lo recibe y le ofrece un lugar donde hospedarse, niega a todos. Se dirige al borde del abismo y el segundo que le toma mirar el paisaje se fractura en mil partes, cada una con una sensación distinta. Baja corriendo por la quebrada y después de cuarenta minutos de caídas, golpes y polvo, llega a la orilla.
Se sienta, descansa, toma agua y mira el atardecer que se trasforma en colores alegres.
Siente que es la primera vez en su vida que siente paz. Se recuesta y se queda dormido en el abrazo de las estrellas que ningún despertador volverá a turbar.

Foto: aquel lugar de las estrellas

jueves, 10 de mayo de 2012

Arbolizante



Inspiraciones convulsionadas. Sollozos delatados y apresurados. Aguacero que cae de nimbos rojos, exageradamente hinchados y crispados, pupilas mióticas... El pender solamente de un hilo ínfimo ante el vacío fosco y limítrofe del mal logrado existencialismo demuestra que el cálido beso de sol en las mañanas no es suficiente para evaporar las lágrimas que se deslizan sujetas al recuerdo y dan la última caricia de despedida antes de caer sobre alguna errante hormiga.  El césped crecido cede ante mi occipital. Mis ojos al cielo postrados. Mi pensamiento lejos y cerca del aquel ser que me hubo y abandonó.
Un avión atraviesa el ecuador de la gran copa azul que nos encierra en vacuidad, el cielo queda dividido; su sonido magnánimo y ronco se expande por el pasto, como una ola que se agranda y desaparece de inmediato, dejando diferentes estragos en mi mente. Este grito áspero, que lo invade todo, ha alcanzado los intervalos penetrantes de amor con quien se ha ido, permanece celoso, con cruel envidia de aquellos gemidos y segregaciones que suelen salir de nosotros con el aliento exhalado de todos nuestros poros jadeantes, cada vez más dilatados, armadores de partituras. Todo es fina armonía. Todo es un cuarto de alquiler cerca del aeropuerto.
El sol resplandece gozoso. Tanto las aves como las hormigas hacen optimistas sus rutas, me asustan. Las nubecillas, los arboles, los insectos, todo está lleno de armonía; pero yo, ser privado de aquello, ser propenso a caer en manos de la ilusión ingrata, me niego a contagiarme de estas sensaciones, no porque no me guste, sino porque duele; no hay otra salida. Estoy atrapado en una canica suspendida que armoniosamente me obliga a odiarla junto con todos sus alegres habitantes.
La gran podadora de seis velocidades, que apareció de repente y se ha aparcado cerca, frente donde estoy, es conducida por un pequeño hombrecillo sin expresión en su rostro. Me recojo y me seco los ojos mientras dejo que el ruido extremo de los doce caballos de fuerza poden mis pensamientos que no dejan de aflorar inexorables frente a la estampida; pienso en el borde verde-azul que atraviesa horizontalmente los ojos del podador, me sumerjo y formo parte de su mirada neutral.
Y así estoy de desierto, esperando la situación fortuita que pueda arrastrarme a un lugar más propicio; a un estado vedado para el recuerdo vanidoso, en donde las horas huecas dejen de mancillar mi corazón y el resto de mis órganos. Inmediatamente, consigo una respuesta: llega a mí la sobriedad del viento que hace colleras en mi cuello; que entra por los recodos de mi camisa e imparable por las mangas; que se cola por la bragueta abierta de mi pantalón. Me llega el frío de estar expuesto y desnudo, vulnerable, irrigado por caricias impalpables.
El verdor repentino del firmamento, hace que levante mi cabeza lentamente y, sin oportunidad de defenderme, el aroma de la hierba recién podada me entierra como una avalancha que me deja fraccionado, ¿cómo explicarlo? Como un golpe eléctrico de aromas, como la punición dada en forma de castigo pero recibido con apremio, como constantes orgásmicos que se amontonan de estremecimientos... La extrema alteración hace que de inmediato me postre boca abajo para alcanzar, profano, la cópula entre pasto y aire. Mis brazos se extienden y todo mi cuerpo abarca la tierra en forma del Salvador. Clavo mis dedos en la tierra virgen que es húmeda y suave, desde el interior de mis ropas surge, extrema, mi carne que dura y seca, complaciente en busca de complacencia.  
Esta aleación, de la que formo parte amparada,  desborda mi interior: forma dentro de mí un huracán de posibilidades, desplaza las vísceras a lugares distantes, inimaginables dentro del cuerpo. El producto es un espacio inmenso que se expande desde mi pecho. Me siento agonizante. Siento, además, que mis clavículas estallan; mis costillas se desentienden de mi esternón, bailan y se mueven como tentáculos nacidos de la columna vertebral, los músculos se relajan y se desnaturalizan...
El atronador sonido del motor aproximándose me devuelve al resplandor de la realidad, donde aún reina la armonía distorsionada. La renunciada podadora avanza lentamente, a velocidad constante y con la dirección firme, viene hacia mí. La posibilidad de que se detenga deja de existir.  En mi calidad de vacuo trato de reponerme y apartarme de su broma, pero es imposible; mis dedos siguen anclados en la tierra pero extendidos como raíces quien sabe hasta dónde; de mis espalda se desprenden ramas centrales y periféricas llenas de hojas largas y jóvenes; por mis venas fluye algo más ligero, sabia infusión; en mis mejillas, de la emoción las lágrimas se convierten en cristalino y dulce rocío. Mi evaginación fálica, varada y vasta más que nunca, es el meristemo que me liberará para siempre de nuevas desilusiones, tan triviales como humanas. 
leo salas z

jueves, 29 de marzo de 2012

Y como he dicho siempre, la verdad está en la vagina.



Hoy estoy enfrascado en pensamientos, hoy mi mente se alimenta del polvo que se desprende del sueño.

El corazón se me detiene siempre unos segundos antes de la mañana. Se protege. Se aísla de la agitación diaria apenas me despierto.

Camino por las calles que están llenas de ruido, me deslizo entre gente que no veré nunca más. Y soy uno de ellos, mi existencia es tan fugaz como el pestañeo de un perro que alguien atropellará.

"¡Hola, amigo!", palabras que llegan a mis oídos. "¿Necesitas un celular, un computador, un reloj, un perfume, o unas lindas gafas?" Le contesto que necesito un lugar para esconderme. Y es entonces que saca un arma y me apunta a la cara.
"¡Déjate de huevadas y cómprame algo chuccha!"

La explosión de la pólvora deja un leve zumbido en mis oídos y la parte anterior de mi cráneo destrozada.
"Mmmmm, otra vida ida por el caño, otra vida desperdiciada, a dónde se le ocurrirá a Dios enviarme esta vez"

Me evaporo, mientras mi cuerpo queda vacío.

El universo huele bien desde aquí, Dios prepara la mejor de sus recetas, el delicioso olvido.
Tomo asiento en su mesa de bufé, me ofrece pan con mantequilla, pero lo rechazo,
"Directo al plato fuerte, querido, Dame un poco de ese olvido, bien cocido."

Segundos después estoy atravesando la vagina de una nueva madre por milésima vez. Tengo la ligera sensación de que me estoy olvidando de algo poco a poco mientras nazco. Pero qué puede ser. MMM, No ha de ser nada. Una nalgada. y comienza todo de nuevo.