La
ciudad es como un estado mental desagradable e invasivo. Entre mejor se siente
uno internamente, más fácil es percatarse de lo que sucede fuera de la mente:
todo no es más que lo justo y necesario, la condena, lo específicamente crucial,
brutal, algo que no podría de ser de otra manera.
A
pesar de que la lluvia llega pacientemente, gota por gota, a cada espacio del
concreto que lo invisibilizan todo, el agua no alimenta nada, mujer. Lo único
que nace en el cemento es la evidencia de cuan insípido y gris es el camino por
donde todos, todas, avanzamos.
Nena,
podrías preguntarle a esa matrona negro vestida, de pálidos besos, y que cada
noche cobija con frío el alma cuando no se puede dormir, por qué son tan vacíos
lo días en los que has desaparecido con la facilidad de espectro o fantasma; de
pronto no te halló por ningún lado, ni en el bosque ni adentro mío.
Un
parpadeo que es imperceptible, porque nadie más que el universo me está viendo,
me regresa al camino. Engreír de la mente mientras miras por la ventana es tan
fácil cuando vives en un lugar alto, incluso podría considerarse una estafa.
Sin embargo, qué es aquello que ofrece esa gran ventana desde la que miro y
escribo para activar el circuito mental que transfigura, trastorna, todo: la
intersección de dos grandes calles, Toledo y Madrid, un semáforo motivado por
el retraso de los apurados, pitan, cientos de automóviles, vienen y van, ningún
lugar, edificios altos, varios, años 80, algunos contemporáneos, casas con
tejados, historias guardan, quizá nunca sean contadas o quizá sí, esta tarde,
puede ser, animarse un poco, más, hasta sentir aquel desenfreno vital por
empezar a tragarse todo lo que observo, digerirlo en ácidas convulsiones
cerebrales, vomitarlo como flores.
Para
esto, el interludio mujer: calentar un poco estos dedos rígidos de afirmarse
con caricias, manos que no se acostumbran a tocar una máquina muerta después de
tecleado con amor y paciencia cada hectárea de tu cuerpo, dibujando, sembrando irrigando,
penetrando, cavando, destilando, hozando. Suave y fresca substancia viscosa que
dices no tiene sabor o, más bien, que tiene buen sabor o un sabor extraño, pero
no es feo o simplemente que sabe a ti en mí o a mí en ti.
Miembro
erecto que tardo en reconocer como mío debido a la fuerza del pensamiento que
se estampa en el infinito y hacia dentro, engulles en tu boca. Pequeña pez que
ha sido atrapada por una estaca de carne inflamada se retuerce de placer al comprender
que poco a poco ésta irá expandiéndose sin dirección, en tu interior, para terminar
empalándote las entrañas. La cama es un gran océano donde estamos solos nena,
yo el pescador y tú la mejor de las presas de esta mañana, de esta tarde, de
esta noche o mejor de todas, de todos.
El
azul asfixia te sienta bien, intentando respirar por la nariz, intentando meter
más profundamente mi pene expandiendo la glotis, haciendo esfuerzos para no
vomitarme encima, porque tu úvula, ya emputada, ha empezado a quejarse de por qué
te metes cosas tan gruesas y duras en la boca. Pero sin embargo tú, aferrada
succión, me ves con los ojos entrecerrados, como si cerrar los párpados ayudara
en algo a tu garganta, me ves como me vería un pez que no encontró el
amor y que está a punto de morir, como diciéndome, si me vas a matar que sea
para siempre.
Un
segundo antes de finalizarle la vida con una estocada digna de matador: pequeño
impulso a mis caderas, mano sobre su cabeza, inyección de sangre cavernosa,
ella presiente el fin y se lo saca de la boca con una bocanada de aire inmensa
que se traduce en un ligero alarido, que no es más que una distracción a su
cerebro para lanzarse como fiera sobre mis testículos: ambos la intuyen cerca,
como si estuvieran paseando en medio de una oscura y profunda selva y, de
pronto, sienten la presencia de una bestia que los asecha. Ambos la intuyen
pero ni el grande y mucho menos el chiquito, están preparados para su boca
exigente y amenazadora, que los besa y los succiona como si quisiera recuperar
algo que ellos te han robado, como vengándose de los suyos que no se desarrollaron.
De
su boca escapa furiosa una anguila eléctrica que nada entre mis piernas, entre
mis nalgas, y que se descarga sobre un pequeño sector en el centro de mi cuerpo.
La explosión energética hace que se me contraiga cada uno de los músculos hasta
quedar en rigor mortis. Se siente la
contracción eterna, la última. En este momento, si lo consiguiera, te
despedazaría, no por perversión sino por autodefensa.
Veo
como amaneces de entre mis piernas, como te renuevas, como creces con una
mirada de niña asustada y excitada. Tus nalgas en el fondo, dibujan dos
montañas de carne.
“Estás
bien mi amor”, lo dices sin decir nada. “Sigue”, te digo con un espasmo del
meñique del pie en tu nalga. Y me abandono inconscientemente a ti, a tus besos,
a tu cuerpo, a tu tacto, a tu deleite, al placer que buscas y al placer que
ofreces. “No pares”. Arrodillada entre mis piernas abiertas, eres solo dorso.
Me pregunto, dónde están sus piernas, quiero tocarlas, quiero besarlas, quiero
saber que no escaparon del encuentro, que no tienen miedo. Que ambos a pesar de
estar seguros de esto, también estamos preparados hace años, millones tal vez,
para este encuentro.
La
intensión de buscar un pensamiento racional dentro de mi cabeza que permita constatar
mi cordura, se alivia al encontrar solo formas que se dibujan y desdibujan en
tu presencia. El techo del cuarto ha pasado a ser suelo, y el suelo es una
pared y la ventana por la que ahora mismo miro la ciudad que escapa de sí
misma, es el lienzo donde poco a poco vamos dibujando el amor con nuestros
alientos: sitio de encuentro donde ambos confluyen como invisibles moscas atrapadas
dentro de un lugar cerrado, la trasparencia es la salida al cálido cielo, y el frío de la ventana, la mano que las imprime
en cautiverio rectangular del que más tarde escribiré. Los nuevos alientos que saben
del proceso y se sienten excitados de ir juntos hacia la muerte, nos contagian;
la máquina se acelera y pasamos a ser máquinas impacientes por fabricar hálitos
que nos evidencien.
Por
fin veo tus piernas y las beso, empotras tu cuerpo de piel sirena sobre el mío.
Tú de revés, yo de revés, el mundo entero se contorsiona para encajar mi pene
en tu boca nuevamente, mis dientes se ajustan para unirse al juego animal donde
mordiéndote los labios, abren las puertas de tus entrañas.
Tengo
un primer plano de tus nalgas, se abre y se cierra, el plano y tus nalgas; me
aferro a ellas y las dibujo con mis dedos y las redibujo con la mirada; pruebo
con mi lengua húmeda y las esnifo con mi nariz aplastada: las inmortalizo en mi
mente para poder, este día triste y gris, traerte de nuevo a la cama, a la nave
de placer, donde te he penetrado y me he derramado tantas veces.
Después,
lluvia interna, colapso espiritual. Es
el alma destrozándose y reiniciando el enlace con mi cuerpo, dentro, dentro,
dentro, adentro de ti.
Separarnos
de la posición en la que nos encontramos, duele como si entre nosotros existiera
una articulación ósea que debemos romper para regresar a la posición primigenia,
a la ancestral, donde ambos recreemos la primera penetración de la especie, con
la que devolvamos a la humanidad ese instante de vida que nos ha sido prohibido
con la muerte.
En
este momento la imaginación se convierte en la única vía, la creatividad es el
único escape para vencer la profunda tristeza de vernos separados, distantes, de
tú tan tú y yo tan yo. Yo
ser tú y tú ser yo. Fundirnos una vez más, propongo en secreto, como si Zeus nos
escuchara con saetas en su mano para dividirnos de nuevo.
Fundirnos,
repites. Fundirnos más. Fundirnos. Entra en mí. Estoy dentro de ti. Penétrame
más fuerte. Háblame. Acaríciame. Cógeme las nalgas. Posa tus dedos sobre mi
clítoris y que bailen tiernos con él. Muerde mis pechos. Muérdeme la carne.
Despedázame. Cercéname. Ahógame.
Tu
boca permanece callada todo el momento. Es tu cuerpo quien grita, quien
reclama, quien exige más fuerza, más placer. Dame todo, dice tu cuerpo. Todo. Y
me siento el ser que es capaz de darte todo y asumo la condición que me has
permitido esta tarde: el sanador, el mago, el brujo, el artista, el inmortal
gran pene.