jueves, 28 de abril de 2011

CAMINOS DE NADA




Me llega una ola de estímulos visuales y táctiles, en el cielo se expande al máximo el arcoíris dejando sólo el color violeta a la vista, mientras las nubes de color marrón anuncian el final de la tarde. Nada.
Me siento frente a una montaña y veo como el sol rueda en descenso por su borde, acariciando la piel de ella sin quemarla. Nada.
Una ráfaga de piedras de hielo impacta contra mi cabeza desnuda y sobre mis brazos helados y sobre mi cara acalorada. Nada.
Un perro lame las lágrimas que se han escapado junto a la lluvia que forman charcos en la acera y donde veo el reflejo de los colores, del sol y de la montaña, que como un rompecabezas de espectros refractivos sobre el suelo está incompleto, inconexo y mojado. Nada.

Un inmenso vacío que lo devora todo convirtiéndolo en Nada.

Miro atrás y descubro un perro famélico que me sigue, ojos blancos, fríos y compasivos; pelo blanco y mojado. Sigo caminando por la calle sin rumbo fijo, de vez en cuando regreso a ver solo para darme cuenta que él me sigue, viene tras de mí flotando, lo siento como si fuese un globo lleno de helio que está sujeto de mi cuerpo, y aunque no lo veo siento su presencia, una presencia otorgada por la seguridad de sentir un nexo tangible con él.
Regreso a ver y el perro, quieto y mirándome fijamente, se encuentra a dos pasos de mí. Paso por una panadería y consigo un pan de doce centavos, se lo coloco al frente y sin esperar mucho lo toma abriendo demasiado su hocico y pega la carrera y desaparece entre la gente. La mujer que me vendió el pan, no entiende; la señora que pasa junto a mí y, seguramente, va a la iglesia, no entiende; miro mi reflejo en una ventana,  tampoco entiendo; todo sucedió tan de pronto que ahora no sé qué hago ahí, ni por qué me he alejado tanto de mi casa.
Ojala pudiera decir que he consumido alguna sustancia narcótica, pero no. El tumulto inanimado que se alimenta en mis sentidos todos los días es suficiente para dejarle a uno desorientado. Muchas veces he pensado lo sencillo que resultaría terminar con todo, matar a todos de un sablazo, uno que me permita eliminar su fuente de energía, que esencialmente radica en mi mente, pero considero a este acto una muestra de Amor. Años antes ya lo hizo Jesús, murió por nosotros, porque sabía que cuando sus sentidos dejasen de apreciar toda la realidad, toda la realidad se iba a escabullir hacía el infinito junto a él. Su locura y su amor a la humanidad lo convirtieron en leyenda. Mi cordura y mi misantropía ¿a dónde me llevarán?


Leo Salas Z.

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