miércoles, 8 de enero de 2014

La lluvia es un cuerpo que se derrama

     

La ciudad es como un estado mental desagradable e invasivo. Entre mejor se siente uno internamente, más fácil es percatarse de lo que sucede fuera de la mente: todo no es más que lo justo y necesario, la condena, lo específicamente crucial, brutal, algo que no podría de ser de otra manera.

    A pesar de que la lluvia llega pacientemente, gota por gota, a cada espacio del concreto que lo invisibilizan todo, el agua no alimenta nada, mujer. Lo único que nace en el cemento es la evidencia de cuan insípido y gris es el camino por donde todos, todas, avanzamos.
    Nena, podrías preguntarle a esa matrona negro vestida, de pálidos besos, y que cada noche cobija con frío el alma cuando no se puede dormir, por qué son tan vacíos lo días en los que has desaparecido con la facilidad de espectro o fantasma; de pronto no te halló por ningún lado, ni en el bosque ni adentro mío. 

     Un parpadeo que es imperceptible, porque nadie más que el universo me está viendo, me regresa al camino. Engreír de la mente mientras miras por la ventana es tan fácil cuando vives en un lugar alto, incluso podría considerarse una estafa. Sin embargo, qué es aquello que ofrece esa gran ventana desde la que miro y escribo para activar el circuito mental que transfigura, trastorna, todo: la intersección de dos grandes calles, Toledo y Madrid, un semáforo motivado por el retraso de los apurados, pitan, cientos de automóviles, vienen y van, ningún lugar, edificios altos, varios, años 80, algunos contemporáneos, casas con tejados, historias guardan, quizá nunca sean contadas o quizá sí, esta tarde, puede ser, animarse un poco, más, hasta sentir aquel desenfreno vital por empezar a tragarse todo lo que observo, digerirlo en ácidas convulsiones cerebrales,  vomitarlo como flores.

      Para esto, el interludio mujer: calentar un poco estos dedos rígidos de afirmarse con caricias, manos que no se acostumbran a tocar una máquina muerta después de tecleado con amor y paciencia cada hectárea de tu cuerpo, dibujando, sembrando irrigando, penetrando, cavando, destilando, hozando. Suave y fresca substancia viscosa que dices no tiene sabor o, más bien, que tiene buen sabor o un sabor extraño, pero no es feo o simplemente que sabe a ti en mí o a mí en ti. 

     Miembro erecto que tardo en reconocer como mío debido a la fuerza del pensamiento que se estampa en el infinito y hacia dentro, engulles en tu boca. Pequeña pez que ha sido atrapada por una estaca de carne inflamada se retuerce de placer al comprender que poco a poco ésta irá expandiéndose sin dirección, en tu interior, para terminar empalándote las entrañas. La cama es un gran océano donde estamos solos nena, yo el pescador y tú la mejor de las presas de esta mañana, de esta tarde, de esta noche o mejor de todas, de todos.

     El azul asfixia te sienta bien, intentando respirar por la nariz, intentando meter más profundamente mi pene expandiendo la glotis, haciendo esfuerzos para no vomitarme encima, porque tu úvula, ya emputada, ha empezado a quejarse de por qué te metes cosas tan gruesas y duras en la boca. Pero sin embargo tú, aferrada succión, me ves con los ojos entrecerrados, como si cerrar los párpados ayudara en algo a tu garganta, me ves como me vería un pez que no encontró el amor y que está a punto de morir, como diciéndome, si me vas a matar que sea para siempre.

     Un segundo antes de finalizarle la vida con una estocada digna de matador: pequeño impulso a mis caderas, mano sobre su cabeza, inyección de sangre cavernosa, ella presiente el fin y se lo saca de la boca con una bocanada de aire inmensa que se traduce en un ligero alarido, que no es más que una distracción a su cerebro para lanzarse como fiera sobre mis testículos: ambos la intuyen cerca, como si estuvieran paseando en medio de una oscura y profunda selva y, de pronto, sienten la presencia de una bestia que los asecha. Ambos la intuyen pero ni el grande y mucho menos el chiquito, están preparados para su boca exigente y amenazadora, que los besa y los succiona como si quisiera recuperar algo que ellos te han robado, como vengándose de los suyos que no se desarrollaron.

     De su boca escapa furiosa una anguila eléctrica que nada entre mis piernas, entre mis nalgas, y que se descarga sobre un pequeño sector en el centro de mi cuerpo. La explosión energética hace que se me contraiga cada uno de los músculos hasta quedar en rigor mortis.      Se siente la contracción eterna, la última. En este momento, si lo consiguiera, te despedazaría, no por perversión sino por autodefensa.

Veo como amaneces de entre mis piernas, como te renuevas, como creces con una mirada de niña asustada y excitada. Tus nalgas en el fondo, dibujan dos montañas de carne. 
     “Estás bien mi amor”, lo dices sin decir nada. “Sigue”, te digo con un espasmo del meñique del pie en tu nalga. Y me abandono inconscientemente a ti, a tus besos, a tu cuerpo, a tu tacto, a tu deleite, al placer que buscas y al placer que ofreces. “No pares”. Arrodillada entre mis piernas abiertas, eres solo dorso. Me pregunto, dónde están sus piernas, quiero tocarlas, quiero besarlas, quiero saber que no escaparon del encuentro, que no tienen miedo. Que ambos a pesar de estar seguros de esto, también estamos preparados hace años, millones tal vez, para este encuentro.

     La intensión de buscar un pensamiento racional dentro de mi cabeza que permita constatar mi cordura, se alivia al encontrar solo formas que se dibujan y desdibujan en tu presencia. El techo del cuarto ha pasado a ser suelo, y el suelo es una pared y la ventana por la que ahora mismo miro la ciudad que escapa de sí misma, es el lienzo donde poco a poco vamos dibujando el amor con nuestros alientos: sitio de encuentro donde ambos confluyen como invisibles moscas atrapadas dentro de un lugar cerrado, la trasparencia es la salida al cálido cielo, y  el frío de la ventana, la mano que las imprime en cautiverio rectangular del que más tarde escribiré. Los nuevos alientos que saben del proceso y se sienten excitados de ir juntos hacia la muerte, nos contagian; la máquina se acelera y pasamos a ser máquinas impacientes por fabricar hálitos que nos evidencien.

     Por fin veo tus piernas y las beso, empotras tu cuerpo de piel sirena sobre el mío. Tú de revés, yo de revés, el mundo entero se contorsiona para encajar mi pene en tu boca nuevamente, mis dientes se ajustan para unirse al juego animal donde mordiéndote los labios, abren las puertas de tus entrañas. 

     Tengo un primer plano de tus nalgas, se abre y se cierra, el plano y tus nalgas; me aferro a ellas y las dibujo con mis dedos y las redibujo con la mirada; pruebo con mi lengua húmeda y las esnifo con mi nariz aplastada: las inmortalizo en mi mente para poder, este día triste y gris, traerte de nuevo a la cama, a la nave de placer, donde te he penetrado y me he derramado tantas veces.

      Después,  lluvia interna, colapso espiritual. Es el alma destrozándose y reiniciando el enlace con mi cuerpo, dentro, dentro, dentro, adentro de ti. 
      Separarnos de la posición en la que nos encontramos, duele como si entre nosotros existiera una articulación ósea que debemos romper para regresar a la posición primigenia, a la ancestral, donde ambos recreemos la primera penetración de la especie, con la que devolvamos a la humanidad ese instante de vida que nos ha sido prohibido con la muerte.

    En este momento la imaginación se convierte en la única vía, la creatividad es el único escape para vencer la profunda tristeza de vernos separados, distantes, de tú tan tú y  yo tan yo. Yo ser tú y tú ser yo. Fundirnos una vez más, propongo en secreto, como si Zeus nos escuchara con saetas en su mano para dividirnos de nuevo.

    Fundirnos, repites. Fundirnos más. Fundirnos. Entra en mí. Estoy dentro de ti. Penétrame más fuerte. Háblame. Acaríciame. Cógeme las nalgas. Posa tus dedos sobre mi clítoris y que bailen tiernos con él. Muerde mis pechos. Muérdeme la carne. Despedázame. Cercéname. Ahógame. 

    Tu boca permanece callada todo el momento. Es tu cuerpo quien grita, quien reclama, quien exige más fuerza, más placer. Dame todo, dice tu cuerpo. Todo. Y me siento el ser que es capaz de darte todo y asumo la condición que me has permitido esta tarde: el sanador, el mago, el brujo, el artista, el inmortal gran pene.


leo salas z

2 comentarios:

Cristina Pavón B. dijo...

"Fundirnos una vez más, propongo en secreto, como si Zeus nos escuchara con saetas en su mano para dividirnos de nuevo." Hermoso!

leo salas z dijo...

gracias Cris...!